Del Cántico y el vuelo
De lo esencial a lo permanente
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En Del Cántico y del vuelo ha querido el poeta Domingo Nicolás ir de lo esencial a lo permanente, utilizando para ello una estrofa de origen japonés llamada haiku, cuyo origen se atribuye a Matsuo Batso. Nadie puede negar que en su trayectoria lírica se dejan notar el amplio aliento de la ligereza, la transparencia y levedad que son características de su discurso poético, el cual busca en la eternidad el asidero que conforme el dolorido y efímero devenir existencial. Quien rastree en sus libros podrá comprobar la veracidad de cuanto aquí se afirma, desde Malola (1976) hasta Los espacios del tiempo (2011).
La gracia del haiku está en aprehender la fugacidad del instante en una ráfaga de luz que apremia a la intuición y al conocimiento. Es apenas una chispa, un aleteo, un destello fulgurante que necesita ser captado para recrearse en su esencia, para paladearlo y degustarlo. A menudo, parece necesario hacerse al silencio, a la soledad fecunda y al vacío interior para que estas intuiciones lleguen a la inteligencia como germen de fruta, semilla dispuesta para el brote. En la marea del haiku se debate Domingo Nicolás, como en una borrachera espiritual, bogando en la embriaguez del ritmo y la musicalidad interna, de imágenes extinguidas como universos expandidos en la luz propia. Hay que ir desde la nada hasta el todo, desde la humildad y la desposesión hasta el milagro que no es posesión nuestra, sino revelado. Así el poeta de lo esencial verdadero que camina hacia lo permanente. Desde la contemplación, avanzan los ojos en busca de la maravilla que los hipnotice y han de estar tan atentos como el vigía que en la noche constelada dispone su puesto de guardia bajo las estrellas temblorosas. Con temor y temblor: así también la inteligencia apresta sus capacidades e intuiciones verbales, que se tornan imágenes donde la palabra se desnuda hasta hacerse prístina, con la limpidez cristalina de la piedra preciosa. Pulido diamante, puro concepto, viva metralla de la carne, agudizados también los sentidos para el conocimiento. Aprehender lo inaprensible.
Reducido a lo esencial permanente, la gracia y ligereza del haiku aspira, despojada de todo ropaje la palabra, a la elocuencia del decir desde lo ínfimo y ajustado. No cabe nada más y nada puede añadirse a la medida exacta. Tres versos bastan y sobran, reveladores de vida hacia lo eterno. Versos que aspiran entre las cinco, siete y cinco en asonancia, como horas marcadas a fuego en el alma anhelante del poeta. Somos un puro anhelo. Y esa aspiración de infinito, esa ansia de eternidad, esa demencia por atrapar la belleza, intuirla y tocarla casi con las yemas de los dedos, con los vértices y las entrañas de lo humano, con la grandeza y miseria de nuestra condición, en los límites del lenguaje despojado, en la sobriedad y en la desposesión, apunta sin duda a lo inefable.
Del cántico y del vuelo es una inmersión que emerge, el discurso del danzante envuelto en la embriaguez, la demencia del cegado o del ensordecido por la música y el aleteo. Por esas palabras desnudas, verdaderas, sortea el poeta Domingo Nicolás los retos de lo inaprehensible.
José Antonio Sáez.
Descripción
En Del Cántico y del vuelo ha querido el poeta Domingo Nicolás ir de lo esencial a lo permanente, utilizando para ello una estrofa de origen japonés llamada haiku, cuyo origen se atribuye a Matsuo Batso. Nadie puede negar que en su trayectoria lírica se dejan notar el amplio aliento de la ligereza, la transparencia y levedad que son características de su discurso poético, el cual busca en la eternidad el asidero que conforme el dolorido y efímero devenir existencial. Quien rastree en sus libros podrá comprobar la veracidad de cuanto aquí se afirma, desde Malola (1976) hasta Los espacios del tiempo (2011).
La gracia del haiku está en aprehender la fugacidad del instante en una ráfaga de luz que apremia a la intuición y al conocimiento. Es apenas una chispa, un aleteo, un destello fulgurante que necesita ser captado para recrearse en su esencia, para paladearlo y degustarlo. A menudo, parece necesario hacerse al silencio, a la soledad fecunda y al vacío interior para que estas intuiciones lleguen a la inteligencia como germen de fruta, semilla dispuesta para el brote. En la marea del haiku se debate Domingo Nicolás, como en una borrachera espiritual, bogando en la embriaguez del ritmo y la musicalidad interna, de imágenes extinguidas como universos expandidos en la luz propia. Hay que ir desde la nada hasta el todo, desde la humildad y la desposesión hasta el milagro que no es posesión nuestra, sino revelado. Así el poeta de lo esencial verdadero que camina hacia lo permanente. Desde la contemplación, avanzan los ojos en busca de la maravilla que los hipnotice y han de estar tan atentos como el vigía que en la noche constelada dispone su puesto de guardia bajo las estrellas temblorosas. Con temor y temblor: así también la inteligencia apresta sus capacidades e intuiciones verbales, que se tornan imágenes donde la palabra se desnuda hasta hacerse prístina, con la limpidez cristalina de la piedra preciosa. Pulido diamante, puro concepto, viva metralla de la carne, agudizados también los sentidos para el conocimiento. Aprehender lo inaprensible.
Reducido a lo esencial permanente, la gracia y ligereza del haiku aspira, despojada de todo ropaje la palabra, a la elocuencia del decir desde lo ínfimo y ajustado. No cabe nada más y nada puede añadirse a la medida exacta. Tres versos bastan y sobran, reveladores de vida hacia lo eterno. Versos que aspiran entre las cinco, siete y cinco en asonancia, como horas marcadas a fuego en el alma anhelante del poeta. Somos un puro anhelo. Y esa aspiración de infinito, esa ansia de eternidad, esa demencia por atrapar la belleza, intuirla y tocarla casi con las yemas de los dedos, con los vértices y las entrañas de lo humano, con la grandeza y miseria de nuestra condición, en los límites del lenguaje despojado, en la sobriedad y en la desposesión, apunta sin duda a lo inefable.
Del cántico y del vuelo es una inmersión que emerge, el discurso del danzante envuelto en la embriaguez, la demencia del cegado o del ensordecido por la música y el aleteo. Por esas palabras desnudas, verdaderas, sortea el poeta Domingo Nicolás los retos de lo inaprehensible.
José Antonio Sáez.
Del Cántico y el vuelo De lo esencial a lo permanente
Autor | Nicolás, Domingo |
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Portada | Ver portada |
Editorial | Arráez Editores |
Año | 2012 |
Idioma | Castellano |
Encuadernación | Tapa blanda |
Nº de páginas | 104 |
ISBN | ISBN: 978-84-15387-08-4 |
Grima Numeración de colección | 3 |
Colección | 3 |