Se presenta en Turre la antología de cuentos del «Premio Internacional de Cuentos Breves Francisco González Ruiz»

El pasado sábado, día 4 de septiembre de 2021, se presentó en Turre (Almería) la Antología de Cuentos de la primera edición del Premio Internacional de Cuentos Breves Maestro Francisco González Ruiz, que recoge una selección de 27 de los cuentos finalistas, incluidos el relato ganador: La quitapenas (Marco Luna), y los tres accésits: Calígula (Jaime Hernán Cortés), El Escriba (Alicia Andrés Ramos) y Vista para sentencia (Pablo Flors). La Antología ha sido promovida por hoyesarte.com, primer diario digital de arte y cultura en español, y ha contado con la colaboración de Arráez Editores SL para su edición y distribución.

¿Cuáles son los propósitos de la Antología?

La principal finalidad de esta antología es la que no quede memoria del olvido de la primera edición del Premio Internacional de Cuentos breves Maestro Francisco González Ruiz que, aun habiendo estado atravesada por la primera oleada de la Covid-19, que la ha condicionado en buena manera, consiguió reunir a casi un millar de autores de 36 países distintos. En el complejísimo entramado de los días vividos, cada uno de los participantes ha tirado de las cuerdas de la imaginación para desplegar sus velas narrativas en un número prácticamente infinito de direcciones.

En segundo lugar, tiene como objetivo recordar la figura de Francisco González Ruiz, en quien se concreta la de todos aquellos maestros que lo son más por lo que infunden que por lo que enseñan, maestros que utilizan la literatura como una herramienta de su magisterio para dejar que el otro sea lo que es y quiere ser, ayudándole amorosamente a que sea lo que debe ser. Los editores tienen el firme propósito de que el polvo no reine sobre la ceniza de ellos.

En tercer lugar, la presente publicación se presenta como una muestra de respeto y consideración a los autores participantes. Su esfuerzo colectivo, aunque tan solo sea representado por una selección de los mismos, no podía quedar en la amnesia de una página en blanco. Como decía Julio Cortázar, “todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco”.

Pues bien, creemos sinceramente que la primera edición del Premio Internacional de Cuentos breves Maestro Francisco González Ruizha dejado una buena sementera de cuentos perdurables y la recolección de semillas que aquí mostramos, tras la cosecha del concurso, son buenos ejemplos. Los relatos elegidos siguen el principio unamuniano de hablar a la cabeza, el órgano de la inteligencia y la imaginación, al corazón, el órgano del sentir, de la cordialidad y la cardialidad, y al estómago, el órgano de la voluntad. Incluso la mayoría de ellos, si no todos, ponen a trabajar los tres órganos a la vez.

El escritor Manuel Vilas se dice sabedor de que morirá “sin leer muchos libros que le hubieran salvado la vida”. Quizás alguno de los cuentos que aquí se recogen tengan esa virtud terapéutica. Abran la caja y compruébenlo. En cualquier caso, al lector que se ocupe del libro solo se le promete entretenimiento, no enseñanza

Los relatos antologados

El relato La Quitapenas, primer premio del certamen, corresponde al autor Marco Luna Maldonado, un médico de origen colombiano y granadino de vocación. Según el Jurado, se trata de un cuento intenso por la sabia concentración de contenidos, hasta el punto de rayar en el microrrelato. Relato estremecedor desde la primera frase, está escrito con un lenguaje rebuscadamente sencillo, un ejercicio literario que entraña una enorme dificultad. “Cuando alguien no se muere y no deja vivir es cuando sirvo yo”. Esa antítesis y el doble significado de “servir” al inicio del relato es un perfecto avance del desarrollo que luego fluye, a través de un lenguaje simple y coloquial, acorde con la personalidad de la protagonista.

El autor utiliza los silencios y los vacíos que tiene que llenar la imaginación del lector de una manera precisa. Probablemente, en una primera lectura cueste atrapar toda su fuerza, que queda latiendo…, quizás a la espera de ser releído en voz alta. En pocas líneas toca varios temas poderosos: la “eutanasia” no consentida ni pedida por el sujeto, sino por los familiares; la realidad del trabajo de ayuda a la dependencia en manos de personas migrantes; la percepción como carga y el abandono que sufren no pocos de nuestros mayores, quizás como secuela de esa actitud generalizada en la actualidad de que lo que no sirve ni produce mejor se tira o elimina, incluyendo a veces hasta la propia vida humana; lo económico irrumpiendo en lo ético y en lo moral; la necesidad de la aceptación/dignidad de la muerte; los oscuros entresijos familiares bajo las jerarquías establecidas…

Y todo ello lo hace de manera nada pretenciosa, sino con una fina ironía, entre la violencia y la ternura. Casi todo está sugerido en una simple tarjeta de visita: “Cuidadora responsable… (y económica)”.

Calígula, de Jaime Hernán Cortés,es un cuento muy original, cuya naturalidad narrativa contrasta con las atrocidades que se explican en su desarrollo, especialmente la del final, otorgándole un valor añadido a la singularidad del mundo propio en el que nos va introduciendo. Impresiona el ambiente decadente del circo fagocitado por su propia lógica imposible, ese punto de humor negro, de mueca terrible en la que, detrás del espectáculo, existe la realidad mucho menos glamurosa de un grupo humano cuyas interioridades salen de la jaula abierta del yo.

La progresiva desaparición de los diferentes actores del espectáculo está bien graduada sin que en ningún momento se aluda directamente a su sacrificio ante el altar del dios león, que es quien sostiene la función, aunque si se muestran sus resultados: ahí están los huesos roídos por el felino. Pero Calígula y su circo autodestructivo tienen varios horizontes superpuestos, acaso uno de ellos sea el que aparece como símbolo de un sistema que tiende a su propia fagocitación.

El escriba, escrito por Alicia Andrés Ramos, es un cuento con aires borgianos cuya trama sitúa a sus protagonistas en la ciudad de Kafka. El tema parece sugerir la idea del escritor como un dios creador que decide la existencia y vicisitudes de sus criaturas a través del conocimiento de su destino. El protagonista- narrador parece depender al final del escriba y desear su continuidad como personaje en una obra que dé continuidad a su vida (¿reminiscencias de Luigi Pirandello?). El cumplimiento de la profecía de que su mujer va a abandonarlo se narra con maestría y naturalidad, cuando es una tragedia para el protagonista, que queda anulado y a merced de lo que el escriba quiera relatar sobre él. Narración de urdimbre bien tramada, en la que el autor inventa unas criaturas literarias que a su vez serán convertidas (o no) en nuevos personajes de una novela aun por escribir por parte del escriba; además, no olvida al lector, sino que le hace partícipe y cómplice, apelando a él al principio y al final.

Vista para sentencia, de Pablo Flors,plantea en un relato tan breve (un solo párrafo) como conmovedor una historia de maltrato, pero sobre todo de rebelión contra el tirano que los provoca: marido y padre de las enjuiciadas. Está narrada con intensidad y con un estilo muy literario: imágenes que llegan directas a los sentidos, metáforas, adjetivos no descriptivos…; de todo ello se vale el autor, junto con la repetición como martilleo y la letanía del juicio, para describir un acto delictivo pero liberador… Da la impresión de un disparo en seco, aunque haya sido un degüello lo que ha liberado a las protagonistas de seguir con las “tundas” y los “cardenales”, los “aguijones” del dolor y, paradójicamente, lo que les ha devuelto la dignidad. De un cuento así se sale golpeado, pero no resignado, y con una cierta sensación de alivio.

Sin duda, los relatos premiados lo han merecido, pero a nadie le resultaría extraño que otros textos finalistas lo hubieran hecho también. Es el caso de Todos los días y todas las noches que de usted me ausente, una más que interesante recreación de un fragmento de la vida de Frida Kahlo, cargado de personajes y de acontecimientos reales; como el Odiseo homérico y el Ulises de Joyce, la autora recrea situaciones y hechos conocidos para prolongar la experiencia del lector y proyectar sus sueños, además de poner a prueba su memoria.

Otro relato que difícilmente desaparecerá de la mente-corazón del lector es el que tiene como protagonista a Arnaldo Guevara (La desaparición de Arnaldo Guevara), relato con ecos de Pedro Páramo y en el que, como en la buena literatura viajera, lo imprescindible está en el camino; sin embargo, en este caso, se aporta un valor añadido: su cercanía al thriller con un final enriquecedor, literariamente atractivo y valioso por su carácter misterioso.

Posiblemente, el texto de Prohibido suicidarse en primavera podría haber corrido mejor suerte, como también la pudo correr el propio protagonista del cuento, abocado a un final absurdo, no esperado; por algunas de las ventanas de ese tren por llegar se asoma el humor de Jardiel Poncela, pero el cuento muestra asimismo una querencia al humor negro.

La caracola es un texto onírico, de reminiscencias kafkianas y destellos filosóficos de Hannah Arendt, en el que se cuenta como un suceso nimio va convirtiéndose en algo agobiante, amenazador y, al final, mortífero. Estamos ante la “biología-ficción”, capaz de convertir en normalidad amenazadora algo que parece inocuo y, de pronto, pasa a ser angustioso, destructivo, ingobernable…

La fuerza narrativa de Violetas estriba más en lo que da a entender y sugiere en un juego de inconcreciones temporales y espaciales que por lo que realmente pasa, aunque no es menor el valor de las descripciones de los personajes y de su entorno, llenas de ternura y lirismo.

Será tan difícil borrar del recuerdo como dejar sin absolución al hijo de una puta buena, a la que un malnacido había dejado ciega, que protagoniza En el nombre del padre, un relato ciertamente estremecedor.

El contseso es una crítica, hecha con un estilo diáfano y no exento de humor, de la Cuba posrevolucionaria, la que empezó en Sierra Maestra abriéndose paso a machetazos para acabar con la selva de corrupción de Fulgencio Batista y luego se eternizo a golpe de mordaza y burocracia; tanto el asunto como el texto nos hacen rememorar el cine de Tomás Gutiérrez Alea y la convicción del mismo de que afirmar la realidad no significa atacarla y de que el arte crítico con la sociedad en la que surge ayuda a mejorarla.

Entre el resto de finalistas, varios de los cuentos antologados juegan con la metaficción, la exploración del propio ejercicio de escritura y el poder de la literatura como tema principal: es el caso, cada uno de ellos con sus estimulantes singularidades, de Crema de manos, Idea para un cuento, El cuento perdido y El depósito.

Otros tantos relatos nos introducen con los ojos abiertos de par en par en escenas familiares tenidas de cierta carga dramática, como ocurre con Lecciones aprendidas, Leonor y Agua.

Los relatos Dulce de leche y La rosa del altiplano consiguen recrear con fuerza la mirada infantil, y la poderosa voz narrativa de Batido de chocolate nos traslada de lleno a la psicología del adolescente.

Ahondando también en los surcos de la psique, Escudo contra el olvido y Hazme reír exploran los vaivenes de la memoria y los claroscuros del deterioro cognitivo, a veces por el camino de lo onirico, a veces por el del humor; más cerca de la mueca irónica se encuentra Apolo 406.

Por último, el lector puede disfrutar a ritmo de galope de la lectura de thrillers como Alimento y Códigos.

El cuento breve

El cuento breve es “el cuento de verdad”, al menos así lo sostenía el escritor uruguayo Horacio Quiroga en su famoso Manual del perfecto cuentista. Seguramente es tan antiguo como las lenguas naturales (consta de los mismos elementos sucintos que el cuento oral) y, al mismo tiempo, es el más popular (se encuentra en todas las culturas tradicionales) y el más perenne de los géneros literarios, hasta el punto de ser considerado por muchos autores y críticos como el que mayor vitalidad posee, por la simple razón de que las personas jamás dejaron de contar lo que sucede, ni de interesarse por lo que les cuentan en una buena narración, especialmente si se trata de algo corto, preciso y extraordinario, tal y como dejaron escrito Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

De alguna manera, el cuento es la cristalización del pensar popular transmitido históricamente: desde la albaquira de la humanidad nos hemos criado entre cuentos generación tras generación, los hemos escuchado en nuestra infancia, los hemos leído de mayores, se los hemos contado a nuestros hijos y, sin duda, ellos se los contarán a los suyos.

Si el hombre está hecho del polvo de las estrellas, la vida lo está de la misma materia que los cuentos, es decir, de la tela con la que se tejen los sueños o puede que sea un cuento de cuentos, un círculo de sueños que se cierra con un sueño. Entre todos los seres vivos, somos aquellos que se cuentan historias a sí mismos para entender qué clase de criatura somos.

La literatura, con sus dos caras: la escritura y la lectura, surgió de los cuentistas y lo hizo, según lo explica Mario Vargas Llosa, para “dar a los seres humanos aquello que la vida real es incapaz de darles, para hacerlos vivir más vidas de las que tienen y de manera más intensa de la que viven (…), más lúcidos (…), más insumisos contra su propia condición, más desconfiados frente a los poderes espirituales y materiales que ofrecen recetas definitivas para alcanzar la dicha, y más inquietos y fantaseadores, menos aptos para ser manipulados y domesticados”.

Tras unos años en los que se le atribuyó un carácter de arte menor con respecto a la novela, en los últimos tiempos se ha producido una recuperación importante del interés por el cuento breve -también del hiperbreve- en lengua española, de la mano de una buena gavilla de autores de una y otra orilla del Atlántico que han abierto nuevos senderos en los caminos trazados en su día por Edgar Allan Poe, Anton Chéjov y Jorge Luis Borges.

Seguramente, en ello ha influido la nueva forma de ver el mundo que han traído consigo la física cuántica, el desarrollo digital y los nuevos comportamientos sociales, cada vez más ávidos de buscar lo bueno en lo breve, en la mayor concisión posible que permita no perder el efecto buscado. A diferencia de otras formas narrativas, el cuento breve permite la lectura de una vez, sin interrupciones que puedan desvirtuar su impacto y su sonoridad. Una sola sesión de lectura ejerce un impacto parecido al de las piezas musicales ejecutadas sin interrupciones. 

Sin embargo, nadie sabe cómo debe ser un cuento, tal y como apostillaba el maestro Augusto Monterroso, salvo que ha de estremecer al lector. Para Julio Cortázar, los buenos cuentos son criaturas vivientes, organismos completos, que respiran por ellos mismos, mientras que Juan Eduardo Zúñiga, uno de los mayores cuentistas en lengua española, aseguraba que el cuento tiene “la medida de mi respiración”.

El cuento breve se construye como un destello revelador, comparte con la poesía la precisión y con la novela, la capacidad de invención, pero sus posibilidades son ilimitadas, tantas como a las que pueda llevar la imaginación del cuentista para que su contar sea capaz de interesar al lector de tal manera que, sea cual sea la historia, absorba toda su atención y le haga interesarse en ella. Según cuenta Cyntia Ozick, un cuento genuino “debe estar hecho de lenguaje, personalidad y azar” y, para Amos Oz, supone “una suma de encuentros, experiencias y escuchas atentas”. 

Quizás el verdadero arte del cuento radique en cómo iniciarlo y en cómo terminarlo. No en vano Edgar Allan Poe sostenía que todo cuento debe escribirse para el último párrafo o acaso para la última línea. En medio, no hay “sino procurar a la llana que, con palabras significantes, honestas y bien colocadas, salga nuestra oración”, tal y como pregonaba Miguel de Cervantes, porque es en la ubicación exacta de las palabras, en la soltura y energía de cada párrafo y en saber guardar el secreto del argumento principal hasta el nocaut definitivo donde está el meollo del cuento.

El libro, con todos los relatos ya está disponible:

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